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El gran protagonista de la película “Caballo de guerra”, dirigida por Steven Spielberg
Caballo de Guerra  - pelicula


Steven Spielberg no ha hecho muchas películas con caballos, si acaso las de Indiana Jones, donde el animal lo único que tenía que hacer era transportar al intrépido arqueólogo de un lado a otro, publicó el diario Portafolio en su página web y www.amigosdelcampo.com publica la versión para sus lectores.

Según la nota, el director de cine en “Caballo de guerra” enfrentó un reto, pues aquí el animal es uno de los protagonistas. Vivir rodeado por estos animales en sus últimos 15 años, y que su hija de 14 años sea una equitadora de concursos de salto, lo ha sensibilizado frente a ellos. También hay un comentario de Ricardo Silva Romero en Semana y una nota de Claudia Sandoval en El Tiempo.

Usted descubre ‘Caballo de guerra’ a partir del libro y de su adaptación para teatro. ¿Cómo fue esa experiencia?

Lo descubrí gracias a Kathy Kennedy (productora y socia), quien ya había visto la obra teatral en Londres y la conmovió mucho. Luego, Stacey, cabeza de mi compañía DreamWorks, voló hasta allí para ver la obra y estuvo de acuerdo con Kathy acerca de lo poderoso que es el relato.

Era con unas magníficas marionetas en el escenario, pero nosotros sabíamos que si íbamos a contar esa historia, debíamos hacerlo con caballos reales. Entonces hicimos la oferta para comprar los derechos, aún antes de que yo la hubiese visto y sólo basado en la historia, que me pareció muy interesante.

También leí el libro de Michael Morpurgo, justo después de que Kathy y Stacey vieron el show en Londres. Amé la novela, que está contada desde el punto de vista de Joey. Uno hasta puede ‘escuchar’ los pensamientos del animal. Sabía que no podríamos replicar eso para el cine, pero me hizo entender la historia desde diferentes puntos de vista.

¿Cuáles son los temas de ‘Caballo de guerra’ más importantes para usted?

Caballo de guerra habla mucho de la valentía: el valor de este muchacho y todo lo que él resiste y sobrepasa hasta alcanzar lo que necesita, no sólo para él mismo, sino también para su mejor amigo: su caballo, Joey.

También trata del coraje y la tenacidad de este extraordinario animal. El tema de la valentía aparece una y otra vez en la obra teatral, en el libro de Michael Morpurgo y en el guión de Lee Hall y Richard Curtis. Creo que ese es el tema subliminal que tiñe nuestra película.

¿Cómo hizo para adaptar la historia a la pantalla?

Lo primero que tomé del libro –y que me inspiró cuando vi la obra en teatro– fue la idea de que una familia que está aplastada por el tacón de un propietario muy estricto e implacable necesita tiempo para triunfar con su granja.

El padre, alcoholizado, compra un caballo para arar y salvar así el campo. Pero el animal que compra, al que llama Joey, no está en condiciones de tirar del arado porque su raza no sirve para eso.

Pese a ello, con una tenaz fe mutua, su joven hijo, Albert, y Joey generan un lazo especial entre ellos. Juntos son capaces de, al menos, intentar salvar la granja arando ese pedregoso e infértil terreno.

Eso crea tal sinergia y colaboración empática entre el animal y el muchacho que, cuando se ven separados a causa de la Primera Guerra Mundial, y el caballo es enviado a servir en las trincheras como bestia de carga, la audiencia realmente sabe que, en algún punto, ambos tendrán una cita con el destino. Allí está la clave.

¿Cómo se enfocó en elegir al actor que interpretaría a Albert?

Para el papel de Albert quería a alguien completamente desconocido. Joey, el caballo, era una cara nueva, así que pensé en buscar cierta paridad: si el caballo es desconocido, dejemos que el muchacho también.

Por eso no consideramos a nadie que ya fuese popular para la audiencia de televisión o los amantes del cine. Así escogimos a Jeremy Irvine.

Las interpretaciones y las emociones que usted obtuvo de los caballos deben haber sido muy satisfactorias.

Quiero creer que los caballos sabían exactamente lo que estábamos haciendo e interpretaron sus partes tal como Emily Watson o Peter Mullan hicieron las suyas. Todos eran actores. En algunos momentos de la película ni siquiera decía lo que los caballos tenían que hacer; ellos simplemente estaban en una escena y reaccionaban de maneras que nunca hubiera imaginado.

A veces sólo tienes que sentarte y agradecer que los caballos tengan, de algún modo, la inteligencia como para saber que se requiere algo de ellos, algo que ninguno de nosotros podía explicarles pero que ellos, intuitivamente, son capaces de entregar llegado el momento de una escena.

Comentario de Ricardo Silva en la revista Semana del 10 de enero de 2012.

El cine no se va a acabar: no van a reemplazarlo las estupendas series que aparecen todo el tiempo en los canales de cable ni va a desdibujarlo la tendencia creciente a ver largometrajes en la pequeñísima pantalla del computador. Nada va a reemplazarlo ni a desdibujarlo porque nada en este mundo se acerca a la experiencia de sentarse, en la reparadora oscuridad del teatro, frente a una película gigante. Comenzará a pasar, como suele ocurrir cada vez que se descubre alguna forma de narrar (sucedió, por ejemplo, cuando la televisión llegó al planeta), que los grandes maestros saldrán a defender aquel arte tan parecido a la magia ­­­­-el milagroso lenguaje cinematográfico­­­­- a punta de producciones que nos recuerden a todos que hay cosas que solo pueden suceder en las películas.

El director norteamericano Steven Spielberg, mitad artista consistente, mitad marca registrada, lleva cuarenta años haciendo lo que Alfred Hitchcock llamó alguna vez el cine puro. Sus personalísimas películas, de Tiburón (1975) a El imperio del sol (1987), de La lista de Schindler (1993) a Munich (2005), suelen perseguir a un personaje perdido dentro de sí mismo, un niño que huye: un hombre en fuga en un planeta en guerra hasta el momento en que recobra su propia humanidad. Pero, ya que son prodigiosos montajes de sonidos y de imágenes, en realidad tratan sobre el cine: sobre qué tan dispuestos estamos a dejarnos conmover por las astutas secuencias que tenemos enfrente.

Y, como si necesitáramos pruebas, Spielberg acaba de estrenar dos estupendas películas para toda la familia sobre humanidades recobradas: Las aventuras de Tintín y Caballo de guerra. La primera, un emocionante homenaje al cómic creado por Hergé, se vale de todos los trucos del cine para contar la historia de cómo ese misterioso reportero con cara de niño se llena de espíritu cuando se encuentra con el mundano capitán Haddock. La segunda, un conmovedor drama episódico que, como los clásicos de John Ford o David Lean, ocupa la pantalla como el lienzo que es, acompaña a un caballo valiente que de dueño en dueño consigue soportar los horrores de la Primera Guerra Mundial: que de dueño en dueño prueba el escalofriante absurdo de la guerra.

Esto que hace Steven Spielberg, con sus trucos, con sus excesos, con sus arbitrariedades (resulta incómodo, por ejemplo, que ciertos personajes de Caballo de guerra hablen en inglés), se llama cine: las dos historias que acaba de hacer para el público están llenas de momentos que solo podrían suceder en las películas. Tendrían que haber visto las caras de los espectadores de la función a la que fui cuando aquel caballo corría, entre las bombas y los gritos de muerte, de la trinchera inglesa a la trinchera alemana como si le diera lo mismo los unos o los otros. Tendrían que haberlos visto viendo estas dos películas de las de antes: tenían la infancia adentro.

El realizador más taquillero de la historia

Claudia Sandoval Gómez - para El Tiempo (Nueva York) -. Al ingresar a la suite del hotel Regency, en Nueva York, Steven Spielberg resulta tan familiar como ese tío que a uno le gusta invitar a almorzar para que cuente historias de su vida. La gorra de la Universidad Brown, de la que recibió un título honorario en 1999, no cubre del todo sus canas. La chaqueta de cuero sobre un suéter y sus jeans le dan un aire casual al director más taquillero de la historia.

Solo en EE. UU., sus películas han recaudado 3.700 millones de dólares, según el portal Boxofficemojo, que monitorea la industria del cine. Dentro de su filmografía figuran títulos como Tiburón, E.T., Indiana Jones, Parque Jurásico, La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan (ganó el Óscar por las dos últimas).

Ser tan exitoso, aclara, no significa que su meta sea romper récords. Su motor es la pasión por su trabajo: "Hace tiempo encontré el éxito. Ahora hago películas por el simple placer de contar historias, no necesito probar nada".

Tras un paréntesis de tres años en su carrera como director -su trabajo como productor es incluso más prolífico-, Spielberg vuelve con dos cintas: Las aventuras de Tintín, una película animada basada en la tira cómica -que coprodujo con Peter Jackson-, y Caballo de guerra, la historia del estrecho lazo entre Albert, un campesino inglés, y su caballo, 'Joey', en la Primera Guerra Mundial. Ambas se estrenaron el primero de enero.

"(Los dos filmes) son muy diferentes. Tintín nos llevó cinco años, porque es animación. En Caballo de guerra trabajamos con animales 100 por ciento reales, no usamos animación digital ni marionetas", comenta el realizador. Sin embargo, fue una obra de teatro con marionetas, que Spielberg vio en Londres, lo que lo inspiró a llevar la historia al cine. El montaje era a su vez una adaptación de la novela homónima de Michael Morpurgo, publicada en 1982.

"El corazón de la historia, la verdadera amistad entre un joven y su caballo, al punto que aquel se enlista en el ejército para ir a buscarlo al campo de batalla, en Francia, me cautivó", cuenta.

A diferencia de Tintín, donde todo estuvo bajo su control, los animales de Caballo de guerra plantearon un desafío. Por fortuna, los ocho caballos usados para interpretar a 'Joey' superaron las expectativas: "Fueron completamente receptivos a los actores; muchas veces, reaccionaban a la escena en lugar de irse para otro lado. Cada día en el set, uno de los caballos hacía algo que me sorprendía". Para el papel protagónico, el director optó por un actor nuevo, Jeremy Irvine, que debuta en el cine.

Spielberg no es ajeno al mundo equino. Durante los últimos 15 años ha vivido rodeado de caballos en su hacienda californiana, y una de sus hijas es jinete. "Yo no monto, pero he visto a mi esposa y a mi hija hacerlo por años -cuenta-. He estado siempre alrededor de estos animales y por eso me sentí calificado para contar la historia de este caballo".

El estadounidense es padre de siete hijos, incluidos dos adoptados y una del primer matrimonio de su esposa, la actriz Kate Capshaw, a quien conoció en 1984, en el rodaje de El templo de la perdición, segunda parte de Indiana Jones.

El señor de la guerra

En Caballo de guerra, Spielberg volvió a abordar el tema de los conflictos armados. En este caso, la Primera Guerra Mundial, durante la cual se pasó de los caballos a los tanques. Si hay alguien que puede expresar visualmente lo desgarrador de un enfrentamiento bélico es él, que lo demuestra con la secuencia en la que 'Joey' queda atrapado en una maraña de alambres de púas, en medio del fuego cruzado entre ingleses y alemanes. "La guerra destruye el intelecto. Cuando eso sucede, todo se reduce a reacción, y la persona descubre más rápidamente quién es realmente", comenta.

Sus películas también parecen compartir un rasgo de esperanza, abierto o implícito. "Creo que fue especialmente importante en este filme continuar pensando que el vaso está medio lleno, esperar lo mejor. No habría progreso si pensamos que el vaso está medio vacío y tememos lo peor. Esa siempre ha sido mi filosofía: soy un optimista", concluye.

Spielberg quiere venir

Ir a Galápagos y, si es posible, visitar Colombia.

Por sus rodajes, Spielberg ha recorrido buena parte del mundo. Esta vez el turno fue para Inglaterra, donde filmó todas las escenas de 'Caballo de guerra'. Sin embargo, hay una región pendiente en su agenda: Suramérica. El director expresó su deseo de conocer Colombia, aunque aclaró que su prioridad es Ecuador: "Mi plan es ir pronto a Galápagos, lo que me daría una oportunidad para visitar su país".

No quiere retirarse

"Mi energía está al mismo nivel que cuando tenía 26 años (el mes pasado cumplió 65). Nunca he visto mi edad como una limitación".

¿En qué anda?

"Siempre estoy pensando en historias que quiero contar... Hay muchas que aún están dentro de mí", dice Spielberg. Entre ellas se destacan una nueva entrega de 'Parque Jurásico', la quinta parte de 'Indiana Jones', en cuyo guion trabaja George Lucas, y la historia del presidente republicano Abraham Lincoln, que está rodando en Virginia, con Daniel Day-Lewis; por no hablar de la decena de series y miniseries de las que es productor, como 'Smash' -mezcla de 'Fama' y 'Glee'-, que se estrena este mes en Estados Unidos. Claudia Sandoval Gómez - Para EL TIEMPO (Nueva York)

 

 


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